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Entrevista a Samuel Rodríguez Medina sobre «La isla inestable»

¿Qué nos podés adelantar sobre La isla inestable?

Es un libro vertiginoso, pero no tiene nada que ver con el autor, que pasa su vida entre la enseñanza del arte y las noches en vela revisando textos, es que el libro es llevado por un personaje fascinante que le toma el pulso a la muerte latinoamericana. El libro es una serie de cuentos sobre el andar por el mundo de Emanuel Marx, el Fantasma, un periodista albino que se enreda con casos en los que el lector tiene que decidir si son reportajes o inventos, pero que al final se parecen peligrosamente a la realidad que vivimos en este continente imposible. En eso Marx es profundamente latinoamericano, anda entre el pantano de la realidad con una pequeña balsa que a menudo hace agua y entonces tiene que aprender a surfear sobre el pantano, por más absurdo que esto suene. Especialmente me tocaron los cuentos sobre Borges, el que le da título al libro, “La isla inestable” y uno llamado “Lilith oficial” que mete el mundial del ‘86 de por medio, sin embargo, me parece que todos son un golpe contundente.

Argentina también aparece en este libro, ¿qué te atrae de este país como escenario?

Es verdad. Siento profundamente a la Argentina, como siento mis otras patrias: Granada, España; Lima, Perú; Texas; Monterrey, solo que tanto Buenos Aires como Monterrey me parecen plásticas y dúctiles, siento que aún no se acaba la posibilidad de inventar, de ser literario, me parece que ambas ciudades se pliegan y se repliegan continuamente porque son ciudades que son un poco psicóticas, y definitivamente con una percepción propia muy pervertida de sí misma, mi ciudad, Monterrey, tiene la identidad rota y así tiene que enfrentarse al infierno del Narco y a los embates de la invasión cultural americana. Y mi percepción de Buenos Aires es como una chica que ha escapado de su encierro y que va contando versiones inciertas sobre su pasado. A mí me contaron muchas veces Buenos Aires y ninguna versión coincide con la otra. Ese es el germen de este nuevo libro de cuentos, lo inasible, el horror y la narrativa rota. 

¿Cómo elegiste el título?

El título me eligió a mí, o más bien me sitió. Creo que todos vivimos en una isla inestable hoy día. Este exceso de incertidumbre es tan notorio que uno lo que puede hacer es dejarse ir en el cauce incierto. En el cuento de mismo título Marx no desea llegar a un lugar seguro, eso sabemos que es imposible y en eso radica su heroísmo trágico, más bien quiere ver con sus propios ojos el origen de la incertidumbre, y si no puede verlo seguro lo inventa. 

Cuando empezás a escribir un libro nuevo, ¿te gusta leer otros libros para inspirarte o preferís no leer nada?

Mi libro es varios libros porque está aquí mi Borges, mi Sherlock, mi Bolaño, mi Bioy, mi Miguel Hernández, mi Saki, mi Poe, mi Nietzsche. Pero el libro brotó de mí con tanta violencia que fue vencido por todos lados. Marx llegó como un vendaval a mi vida, con una exigencia tremenda, los cuentos se sucedían cada semana incontrolablemente, sin tregua, apenas terminaba uno y ya estaba el otro en la puerta. Fue muy duro, escribí treinta cuentos en un poco más de un año, que a mí me parece una cantidad descomunal, me parece que viví un frenesí creativo que me sometió por completo. Es mentira lo que dicen en los cursos de literatura o de cuento, esos que te enseñan a trabajar a tus personajes, es al revés, los personajes te someten, te explotan, te aceleran, te revientan, te disgregan y luego cuando terminan, viven contigo todavía como un extraño inquilino esperando su oportunidad para volver a romperlas sin piedad. Luego cuando Marx me dejó en paz unas semanas, los cuentos que no escribí por estar escribiendo el Fantasma se vinieron en rebelión como una tromba y acabé escribiendo sesenta cuentos en un año. No tengo idea cómo estoy vivo. 

¿Qué libros leíste cuando empezaste a escribir La isla inestable?

Todo mundo te pregunta por tus influencias y eso está bien, pero tenemos una fijación con los ancestros que es tan freudiana, y bueno, claro, en esa era leía a Bolaño y a Borges, por ahí lo muestro en el libro al nombrarlos en la nota del autor. A Borges lo llevo tatuado y Bolaño me gusta bastante, pero lo soporto poco. Sin embargo quien me sacó de este mood de Bolaño fue Roberto Fontanarrosa, no puedo decir que me curó , pero sí que sus cuentos me daban un oxígeno muy particular. Algunos de Sacheri también, pero es que al Negro Fontanarrosa tal vez le debo mi salud mental luego de la guerra relámpago que tuve con el cabrón de Marx.

Especialmente sus cuentos sobre fútbol y algunos como “El Discípulo” o uno muy tierno, sí, tierno, donde un viejo profesor convence a un chico de los terrores del matrimonio solo para concluir en el profundo amor que siente por su esposa, “Una lección de vida”, se llama. Hay un cuento de Isidoro Blaisten llamado “La felicidad” que también me causa mucho agrado. Agradezco la voz de Alejandro Apo en estos cuentos.

¿Por qué cuento y no novela?

La novela me produce un efecto de asfixia del que no me puedo recuperar fácilmente. Creo que esto empecé a sentirlo con Flaubert, que es un genio, y luego este efecto se hizo más evidente con Vargas Llosa, cuya novela La guerra del fin del mundo me parece imponente. Solo que luego de leer una novela, siento que me quitaron vida, que es una dictadura que no me banco del todo, me parece que leer novelas es someterse una larga noche, además hay que tener un culo gigante y varias vidas resueltas para acometerlas.

El cuento no, el cuento es pura vitalidad, es relámpago, es una flecha que da en el blanco sin que nadie sepa muy bien cómo. El cuento es una forma de volver a ser el esperma elegido, o enterarse de pronto que por fin uno tiene su turno con el Oráculo de Delfos. Escribir un cuento y leerlo es aceptar que existe un bisturí con mango de madera, es el instante en el que Orfeo ve a Eurídice al salir del infierno y antes de que desaparezca. Hoy la esperanza de vida es de 82 años en México, pero la esperanza de la vida de la mirada es de algunos minutos, el cuento es el reinicio de la mirada, por eso nuestros hermanos de sangre son los fotógrafos, y los tahúres.

Sígueme en instagram @samuelrodiguezdiciembre

 

 

La isla inestable está disponible para Argentina y para todo el mundo.

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